No hay nada. Silencio. Miedo. Oscuridad.
Y se echa a llorar con rabia. Llora porque no siente lo que le gustaría sentir.
Llora porque a veces no hay culpa y no quisieras hacer sufrir a nadie, pero te
sientes malvada, desagradecida. Preguntas, demasiadas preguntas para ocultar la
única verdad que ya conoce. Pero otra cosa es admitirla. Admitirla significa doblar
en la próxima esquina y coger otro camino. Luego se busca. Se mira en el
espejo. Pero no se encuentra. Es otra.
Porque cuando alguien a quien quieres se
va, intentas detenerlo con las manos, y esperas atrapar así también su corazón.
Pero no es así. El corazón tiene piernas que no ves.
Olvida todos esos pensamientos.
Fatigosos. Inútiles. Difíciles. Que le gustaría que condujesen a alguna parte,
pero que al final no llevan a nada. Y se deja amar. Así, con una sonrisa.
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