De
niña me gustaba los lunes y los Septiembres. La vuelta al cole, los nuevos chándals, mis nuevas zapas para
Educación Física. Coger el boli o el lápiz y escribir de una manera particular,
más bien, rara. De pequeña me gustaba imaginar un mundo, universo paralelo con
mis quecas. De cría me encantaba pasar horas pitándome con los coloretes que
venían junto con la Barbie, e idear un mundo en donde yo era la Top Model más
guapa del pueblo.
Y me sigue encantando comerme los helados a mordiscos
y saborear como el gélido frío me congela las encías. Me gusta comerme la
comida que me agrada casi sin masticar. Me encanta sentirme arropada por unos
abrazos que me quieren. Adoro hacer el tonto, estar risueña, hacer bromas,
picar y sonreír. Pero cuando un problema me afecta, lo mando todo al garete, el
pesimismo se apodera de mí, y me vuelvo insoportable. Me gusta emborracharme y
hacer tonterías. Y locuras. Y payasadas. Me deleita tomarme el café por la
mañana. Y a media mañana. Y por la tarde. Pero no por la noche, que después me
es imposible concebir el sueño. Me gusta dormir desde que toco la cama, y del
tirón. Me entusiasma llegar a los sietes sueños abrazada a la algodonada almohada,
o, en su defecto, a mis tiernos peluches. Ya los tengo todos deformados.
Me
enamora escuchar música, e imaginar ser la protagonista del VideoClip, como el
los de Aerosmith. También me encanta bailar. Todo tipo de música. Cuando lo
hago, siento que una ola de buen rollo y de felicidad se apodera de mí.